jueves, enero 24, 2008

El cojudo y la sociedad

Por Sofocleto

"Dedicado a nuestro amigo elanonimosoy, que por listo, cobra su aporte de ingenio"

Dado que el mundo está lleno de pendejos, no podríamos definir a la Sociedad como "un conglomerado de insignes cojudos" y, en consecuencia, para determinar la ubicación exacta del cojudo en nuestro medio social tendríamos que comenzar formulando una Tipología del Cojudo en sus dos manifestaciones esenciales:
a) El aspirante a Cojudo, y
b) El Cojudo propiamente dicho.

El aspirante a cojudo no es, como podría suponerse, un menor de edad ni nada parecido. Es simplemente un sujeto al que la vida no le dio todavía la oportunidad de hacer una Gran Cojudez que le sirva como tesis doctoral o de resbalar en un Cojudeo Sensacional que lo prestigie en el medio ambiente como un cojudo legítimo...

El Cojudo propiamente dicho es otra cosa. Nació para ser cojudo y cumple su destino a la perfección, sin quemar etapas, sin saltarse a la torera ninguno de los requisitos que exige la ortodoxia y la liturgia de la Cojudez Ancestral. Al cojudo de profesión le ponen cuernos, lo estafan, lo asaltan, le embarazan a la hija y le devuelven a la hermana. Tiene tías solteronas y va al circo solo, porque se encandila con el payaso, el trapecio y los leones.

Es siempre el último de la cola, el que pierde la lotería por un número y camina como pato porque sufre escaldadura crónica. Como todo cojudo auténtico, es devoto de un santo rarísimo, y llora con las películas mexicanas porque siempre se identifica con el que lleva la peor parte, así se trate de Sara García.

El cojudo propiamente dicho, llega a su climax sobre los treinta años y alcanza la apoteosis a los cincuentinueve. De los sesenta para arriba es lo que se llama "un viejo cojudo", lo cual significa que no le falta sino cometer la Gran Cojudez Final que cierre con broche de oro su carrera, antes que algún pendejo de la familia consiga meterlo en el manicomio bajo los cargos de Arteriosclerosis Generalizada y Problemas de Conducta que es como los siquiatras llaman a los cojudos, para disimular...

Pero los cojudos propiamente dichos, los cojudos que hacen honor a la cojudez y sirven de materia prima al cojudeo, no se sienten discriminados ni disminuídos. No hacen grupo aparte ni cultivan el sectarismo en cualquiera de sus formas. Por el contrario, los vemos actuar en todos y cada uno de los estratos que componen el mundo en que vivimos.

Así tenemos cojudos artistas que se hacen fotografiar en una pose romántica y les sale homosexual; cojudos intelectuales que le escriben un libro de poemas a la mamá porque no han podido resolver su Complejo de Edipo; cojudos políticos que terminan en la cárcel por hablar de la libertad; cojudos industriales que abrigan el proyecto de manufacturar leche de burra en polvo; cojudos deportistas que lanzan la jabalina y ensartan al portero del estadio... Bueno, la lista es interminable porque los cojudos se reproducen como si los hubiese parido un mimeógrafo.

Sin embargo, la cojudez no es promíscua en el orden social y, por el contrario, sus adeptos se ciñen a los estrictos cánones que separan una clase de otra. Llegan a tal extremo que - si nos encontrásemos frente a un cojudo sin ropa, en la más completa desnudez y libre de elementos que nos permitieran identificarlo a simple vista - bastaría saber qué le gusta, qué prefiere, qué sabe o qué le interesa en la vida, para situarlo sin posibilidad de equívoco en el estamento social que le corresponde.

Porque, si bien las cojudeces y los cojudos se dan por igual en todos los renglones de la vida diaria, es la naturaleza de unas y otras lo que regulariza al cojudo dentro de su esquema comunitario. En principio, la cojudez tiene una raíz democrática porque lo mismo ataca al rey que al pinche de cocina y tan cojudo puede ser un Premio Nobel como un analfabeto sordomudo. Pero, admitiendo que todos los cojudos son substancialmente iguales, la diferencia estriba en el tipo de cojudez que comete cada quien, en función de su categoría social. Vale decir, no podemos separar al cojudo de su circunstancia...

La diferencia es clarísma y no requiere mayor explicación excepto en cuanto a que, según vemos, 1) El cojudo de arriba se siente criollo, 2) El cojudo criollo se siente de clase media y 3) El cojudo de clase media se siente de arriba, en una legítima ensalada social donde están representados todos los tonos, ya que tenemos cojudos negros, blancos, mestizos, cholos, extranjeros nacionalizados y demás colores del arco iris, que es el fenómeno más cojudo de la naturaleza.

En el Perú, solamente el asiático puro es inmune a la cojudez. No hay chinos ni japoneses cojudos. Más bien son cojudos sus descendientes - los nisei y los tusán - cuyo sólo nombre es una perfecta cojudez. Y esto es fácilmente explicable si consideramos la influencia del clima sobre la mentalidad peruana, donde somos tan cojudos que el de la Selva emigra a la Sierra, el de la Sierra se viene a la Costa y el de la costa se va a la Selva, buscando siempre algún cojudo que trabaje por él y lo mantenga.

Al final es el clima quien dice la última palabra cuando el de la Selva se muere de frío en la Sierra, el de la Sierra se muere de asma en la Costa y el de la Costa se muere de calor en la Selva. Así, los chinos y los japoneses de la primera generación aguantaron a pie firme y pudieron luchar contra la contaminación ambiental, pero los de la segunda generación ya vinieron con defectos de fábrica y algunos cometieron cojudeces tan dignas del siquiatra como esa de poner un restaurante frente a Lurigancho y darles crédito a los presos. Eran los nisei y los tusán que ingresaban por todo lo alto en el mundo alucinante de la cojudez...

La Cara de Cojudo

No lo digo con espíritu chauvinista pero el peruano tiene cara de cojudo como resultante de dos grandes motivaciones: a) Porque es un cojudo auténtico y su rostro es la expresión natural de la cojudez que atesora en el cerebro o b) Porque es falso cojudo, inflitrado en las filas enemigas con algún propósito inconfesable...

Creo sinceramente que los cojudos son felices. Hacen cojudeces, hablan cojudeces, piensan cojudeces y tienen una vida tan cojuda que nada les podría envidiar una ostra. Pero esa misma cojudez innata le impide examinar objetivamente su problema y hasta, en algunos casos, juro que los he oído reirse de algún pendejo, por ahí.

Yo tuve un primo cojudo que murió cuando reparaba su televisor sin haberlo desconectado previamente. Se trataba de un caso incurable, porque mi primo era cojudo de nacimiento, pero vivía feliz. Los problemas le importaban un carajo y los dramas de la vida cotidiana le resbalaban por encima de la piel, a tal extremo que llegué a preguntarme si mi primo no sería un pendejo navegando con bandera de cojudo.

Sin embargo, no lo era. Digo, un pendejo. Porque su cojudez tenía el sabor fresco de las cosas puras y a su cara de cojudo no le faltaba sino la aureola para recibirse de santo en la familia. Un día hice una cojudez, deliberadamente, para ver qué pasaba. Luego hice otra y después una tercera, sin que el experimento me afectara mayormente. Pasé a vivir entre cojudos con la intención de escribir un libro sobre ellos pero a los veinte días los cojudos escribieron, entre todos, un libro sobre mí. Confieso que esto me sumió en un mar de dudas. ¿Era yo un pendejo entre cojudos, o era un cojudo entre cuatro pendejos? No tenía manera de averiguarlo y decidí mirarme en el espejo para discutir el punto conmigo mismo. Bueno, me encontré con la más perfecta cara de cojudo que he visto en mi vida...

Se dice que la nuestra es una sociedad disolvente, como los ácidos y los antipáticos (obsérvese cómo, cuando algún antipático se acerca al grupo, el grupo se disuelve o se licúa ipso facto). Yo diría, más bien, que vivimos en una atmósfera acojudante, espesa y plomiza, donde el clima juega, sin duda, un papel importantísimo en la fabricación de cojudos al por mayor. Contra el clima no se puede, porque no hay ser humano capaz de enfrentarse victoriosamente a enemigos tan inasibles como la humedad de la Costa, que nos acojuda con el reumatismo; la inestabilidad de la Sierra, que deja cojudo al metereólogo más despierto, y las lluvias de la Selva, que son una cojudez solamente comparable con el Diluvio...

De otra manera resulta inexplicable de que sí se jodieran impajaritablemente los incas, los españoles, los libertadores y los republicanos, por la vía de hacer cojudeces tan catastróficas que hasta hoy no terminamos de levantar cabeza.

Yo, sinceramente pienso, que si alimentásemos a una computadora con todo lo que constituye la anécdota, lo absurdo, lo increíble, lo Cojudo, vamos, de nuestro pasado, dicha computadora volaría en mil pedazos o emitiría una respuesta indignada, que diría algo así como: "¡No jodan... ese país no existe!". También podría volverse loca y seríamos el primer país del mundo que tuviera un IBM en el manicomio...

No hay ex-cojudos en nuestro país, así como no hay excusados en Masutolandia. Tampoco los habrá nunca (ni ex-cojudos ni excusados) porque ningún pendejo perfeccionaría una droga para curarlos, así como ningún cojudo tendría la necesaria lucidez para descubrirla. No, cojudos habrá siempre y para identificarlos bastará con buscarles la señal inocultable que los caracteriza: El pelo de cojudo. Como sabemos, todo cojudo tiene "Un Pelo" (de cojudo naturalmente) que le sirve de insignia y de carnet, de contraseña y de prueba, cuando las cojudeces que hagan no demuestren fehacientemente su personalidad.

El pelo de cojudo no está necesariamente en la cabeza, porque de ser así no habría cojudos calvos, o el cojudo se iría desacojudando en razón de su calvicie. El pelo de cojudo puede estar en el bigote, en la oreja, en la nariz, en la pierna, en el pubis o en cualquier otro lugar donde haya tradicionalmente pelos - excepto en la sopa, donde el pelo es de pendejo y pertenece al mozo - pues ahí está.

Lo lleva consigo desde que nace hasta que muere, porque el pelo de cojudo no se cae nunca, de igual manera que jamás se marchita ni encanece. Acompaña al cojudo con una fidelidad realmente asombrosa, que nos sirve como un seguro de vida para no caer en las garras de un pendejo.

Por lo tanto, frente al peruano sólo estaremos seguros cuando exhiba su pelo de cojudo y nos dé la tranquilidad necesaria para cojudearlo sin angustias, visto que el pelo de cojudo no se puede falsificar. Aparece en la superficie, desde luego, pero tiene sus raíces distribuídas por el cuerpo, la mente, el alma, la percepción, la capacidad de análisis, la expresión y el todo esencial del cojudo que le sirve de maceta...

Sin pecar de optimistas podemos afirmar que la presente y muchas generaciones venideras vivirán dentro de la misma correlación de fuerzas, entre cojudos y pendejos, en que se ha cristalizado nuestra sociedad. En lo personal, yo creo que no cambiaremos nunca. Porque - ¡tengamos confianza! - la Divina Providencia nos pondrá siempre un cojudo a mano, para los casos de apuro, y nos protegerá - al mismo tiempo - de todos los pendejos que nos quieren hacer cojudos para cubrir sus necesidades. ¿Hacia dónde se dirigen los cojudos? No se sabe. ¿Cómo aparecieron entre nosotros? Sólo hay teorías.

Hace mucho tiempo se encontró un cráneo prehistórico en las inmediaciones del Cuzco. Lucía un hachazo en el occipital que debió dejarlo seco en el acto. El Carbono 14 demostró que tenía más de mil años y, evidentemente, le dieron el golpe cuando estaba distraído, mirando para otro lado.

Bueno, ese - para mí - fue el primer cojudo que tuvimos en el Perú.